La década de 1850 marcó un crecimiento notable en la Arquitectura de Buenos Aires. La ciudad se estaba modernizando, y para ello llegaban nuevos estilos. Sobre todo, de influencia europea.
La prosperidad económica que hubo en Buenos Aires, después de Caseros, incentivó a que empresarios privados, nacionales y extranjeros, invirtieran en el teatro. Ya sea en cuanto a construcción, o en aporte escénico. Las compañías líricas, tanto de Italia como de Francia, se disputaban los lugares en los escenarios de los principales teatros. Cada teatro tenía su público bien delimitado. Los “entendidos” asistían al gran teatro y el público sin mayor refinamiento e instrucción acudía a espectáculos menores, realizados en los teatrillos o los circos. Pero, en ninguno de los dos ámbitos se representaban obras de autores nacionales. No había teatro autóctono, entonces el público podía disfrutar de veladas de lírica extranjera.
El primer Teatro Colón se alzaba en un lugar conocido con el nombre del “Hueco de las ánimas” frente a Plaza Mayor hoy Plaza de Mayo, allí se encontraba un cementerio que era propiedad del Colegio Seminario de Buenos Aires.
Un ingeniero de apellido ilustre fue el encargado de confeccionar los planos, Carlos E. Pellegrini, padre de un futuro presidente de la República. El teatro fue el primer edificio en el Rio de la Plata que utilizó una estructura de hierro a gran escala y su araña central que ascendía y descendía durante los entreactos, era llamada La Lucerna por poseer 450 luces a gas y medía 8 metros de diámetro. El teatro tenía una capacidad estimada de 2500 personas. En sus tres décadas de existencia, el primigenio Teatro Colón presentó a los más famosos cantantes de la época. Su repertorio aún hoy llama la atención por lo diverso y moderno.
La Traviata, que inauguró la temporada lírica del teatro el 25 de abril de 1857 había sido estrenada apenas cuatro años antes en el Teatro de Venecia en 1853.
El primer teatro Colón cerró sus puertas definitivamente el 13 de septiembre de 1888 tras una última representación de Otelo, con su creador, Francesco Tamagno.
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El 11 de abril de 1919 fue fundada la Organización Internacional de Trabajo (OIT).
La OIT es una entidad dependiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y es la encargada de establecer las normas y regulaciones del trabajo, de formular políticas y elaborar programas promoviendo el trabajo justo y equitativo para mujeres y hombres de todo el mundo. Posee un gobierno tripartito que incluye a los gobiernos, sindicatos y empleadores de 187 países miembros.
En 1969 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz. Algunos de sus convenios más relevantes se ocuparon de debatir y sentar los principios fundamentales en cuanto a la libertad de asociación, la libertad sindical y el reconocimiento efectivo del derecho de negociación colectiva; la eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio; la abolición efectiva del trabajo infantil; la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación, entre otros.
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Se celebra el 7 de abril para conmemorar el aniversario de la creación de la Organización Mundíal de la Salud en 1948. Cada año se elige para ese día un tema que pone de relieve una esfera de interés prioritario para la salud pública mundíal.
El Día Mundíal de la Salud es una fecha creada por la Organización Mundíal de la Salud (OMS) y su objetivo es concientizar a la población y a los gobiernos sobre la importancia de que todas las personas cuenten con cobertura sanitaria sin importar su clase social, su género, su etnia, su país de origen o cualquier factor similar.
Cuando la OMS habla de cobertura sanitaria no solo se refiere a que todas las personas tengan acceso a salud de calidad.
También habla de acceso a agua potable, redes de alcantarillado y, en general, las condiciones mínimas que garanticen calidad de vida para las comunidades.
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El 1 de abril de 1991 entró en vigencia en nuestro país la Ley de Convertibilidad, N° 23.928. Duró 11 años hasta su derogación el 6 de enero de 2002.
La relación cambiaria fijaba la equivalencia de 1 dólar estadounidense por cada 10.000 australes o, posteriormente, un Peso convertible. La ley exigía la existencia de respaldo en reservas de la moneda circulante, por lo que se restringía la emisión monetaria al aumento del Tesoro Nacional. El período en que duró la ley de convertibilidad se llamó popularmente "el uno a uno", en referencia a la igualdad de la moneda nacional frente al dólar estadounidense.
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